lunes, 26 de septiembre de 2011

Las pequeñas cosas...

Cada vez estoy más convencido de que las pequeñas cosas son las que hacen del vivir un experimento fascinante y le dan sentido al día a día. Hoy, tras cambiarme, desayunar, lavarme los dientes y demás cosas que hago todos los lunes en la mañana tras despertarme, decidí salir en mi bicicleta por el simple placer de dar la vuelta.

Mi destino lo tenía claro, así que me dirigí directamente a un parque que conozco no muy lejos de mi colonia, un parque escondido tras una barrera de casas y edificios de departamentos, lejos del sonido de los autos y de los ojos curiosos. Lo visité por primera vez acompañado de una persona que me hizo mucho daño en el pasado, pero pareciese que las hojas de los árboles y numerosos arbustos purificaron los recuerdos como si de aire se tratase.

No lo visito a menudo, a pesar de ser un lugar con un encanto particular. Siento que si abuso de él, perderá eventualmente su encanto. Un lugar donde el tiempo se desvanece, y el silencio solo se rompe por el murmurar del viento y el ocioso ladrido de un perro tras mi paso.
  
Después de media hora o tal, me decidí a regresar a mi casa y prepararme para cruzar la ciudad rumbo a mi universidad. Bajé en mi bicicleta la calle en pendiente, y disfruté del aire rozando mi rostro, alborotado mi cabello. ¡Disfrute como un niño!, subí la pendiente una vez, dos veces más, solo para disfrutar de la pronunciada bajada.

Compré un agua de limón y decidí guardar la mitad de ella para tomarla cerca de un templo diseñado por cierto arquitecto que me agrada, que desde hacía tiempo tenía ganas de ver de cerca, y solo se encontraba a dos calles de ahí. Me subí a mi bicicleta y continué mi camino, pero al doblar la esquina me encontré con una inesperada imperfección en el pavimento que al golpear mi bicicleta botó la tapa del vaso de agua, hizo que me diera un salpicón de aquellos y, por si fuera poco, el golpe con un segundo bache, sumado con mi reciente distracción, resultaron en que me diera en la madre, como diríamos en mi país.

No pude evitar sonreír mientras me acercaba a la banqueta arrastrando mi bicicleta, con el cabello y hombro izquierdo empapados por el agua que ya no me tomaría y un ardor palpitante en la rodilla derecha. Podrá sonar absurdo, pero disfruté esa caída. Disfruté reírme de lo ridículo del asunto, y disfruté de mi escapada de  media hora al parque. Creo que esos momentos tan simples son los que nos ayudan a no volvernos locos. A desviar la mirada por un momento y recordar que la vida es eso, vida, y hay que disfrutarla. 
Tal vez todos deberíamos escaparnos de vez en vez, mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta que existen cosas pequeñas que ignoramos pero que están ahí para robarnos, por lo menos, una sonrisa.


3 comentarios:

  1. Estoy muy de acuerdo contigo, la vorágine en la que nos vemos inmersos diariamente (con horarios y obligaciones a cumplir), muchas veces hace que nos olvidemos de lo verdaderamente esencial: disfrutar de los curiosos detalles que regala la vida (aunque sea caerse de la bicicleta y reírse de ello) :D

    La felicidad está en los pequeños momentos.

    Por cierto, un texto muy bien escrito ;)

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  2. hay una felcidad que no disfrutamos mucho y es la de simplemente estar vivo y darnos cuenta que las cosas pequeñas nos dan grandes alegrias.
    gracias por seguir y pasar por mi blog :)

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  3. - Yogur - Es cierto, entre todas las actividades en las que nos vemos inmersos nos olvidamos a veces del disfrutar de lo que hacemos, y del carisma ante las menudencias del día a día. Gracias por leer y por el comentario, se hace lo que se puede al escribir :)

    Damian, sin lugar a dudas esa es la dicha más grande! gracias por el comentario y por seguir mi blog!

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